Cuando se estaba tirando el número anterior de El Norte Catalán se recibió en esta ciudad la noticia del alumbramiento de D.a Victoria Eugenia de Battemberg, esposa de Don Alfonso XIII.
Salieron, pues, fallidos los datos oficiales que, con gran aplomo y seriedad, habían anunciado los profetas de la Gaceta.
El fausto suceso (esta es la frase obligada) no tardó en ser del dominio público en toda la ciudad, a pesar de lo avanzado de la hora. La charanga militar colocada frente al cuartel dio una serenata hasta altas horas de la noche, serenata que se repitió el día siguiente, mañana y tarde.
El Ayuntamiento probablemente no se enteró de la noticia hasta dos días después, o sea, hasta el domingo, en cuya mañana hizo engalanar el balcón principal de las Casas Consistoriales y ordenó que la Banda municipal, a pesar de la lluvia (¡no faltava más!), recorriera las calles de esta ciudad al son de alegres piezas, para que la buena nueva llegara a conocimiento de todos, aún los que viven más apartados de los asuntos y acontecimientos políticos. Además, aunque la alegría oficial, o mejor dicho, municipal llego un poco tardía, pero hay que confesar que fue completa, pues, al regocijo de la mañana hay que agregar el escogido concierto que dio la propia Banda municipal frente las Casas Consistoriales, también con acompañamiento de lluvia como por la mañana, y ante una concurrencia inmensa que no bajaría de unas dos docenas de personas. No está la Magdalena para tafetanes, y menos en tiempos tan húmedos.
El lunes se cantó un solemne Te-Deum en la Catedral , al que, como es costumbre en casos semejantes, asistió puramente el elemento oficial. Fue celebrante el Gobernador eclesiástico, S. P.
Con motivo del nacimiento del nuevo príncipe real, D. Alfonso ha indultado ocho reos de muerte, ha dado un rancho extraordinario a todas las tropas y repartido muchas limosnas.
Para una nación, el nacimiento de un niño que puede en un día dado ser rey, es un acontecimiento. La alegría oficial se desborda; pero todos cuantos aman verdaderamente a la nación, en vez de lanzarse a manifestar su alegría oran, ni entristecidos ni alegres, pero si preguntándose, ¿será un Felipe II? ¿será un Carlos II?
Claro es que con el régimen constitucional los reyes quedan reducidos a la más mínima expresión, pero así y todo ¡va tan inmensa diferencia de un Felipe II a un Fernando VII!
Antiguamente la personalidad del Rey determinaba la importancia de las naciones, y la Roma decadente se sostenía dominando, por las dotes del gran Teodosio; a un Enrique IV sucedía una Isabel admirable; y la España de los Austrias, en cambio, se mudaba en la España de los Borbones.
Por eso para quien de veras ama a España el nacimiento de un príncipe que parece llamado a ser Rey, es motivo de oración, más que de irreflexiva alegría.
No se trata del hecho en cuanto significa una bendición para la familia, porque a esa alegría particular nos asociamos todos; se trata del interés que la nación tiene en que el recién nacido sea un excelente Príncipe digno de ser educado por un Fenelón o por un Saavedra Fajardo.
El Norte Catalán, 18 de mayo
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