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jueves, 24 de enero de 2013

1907 - Nacimiento del heredero de la Corona

               Alfonso XIII, la Reina Victoria y el Príncipe de Astúrias (NUEVO MUNDO. Fot. Resines)



Cuando se estaba tirando el número anterior de El Norte Catalán se recibió en esta ciudad la noticia del alumbra­miento de D.a Victoria Eugenia de Battemberg, esposa de Don Alfonso XIII.

Salieron, pues, fallidos los datos oficia­les que, con gran aplomo y seriedad, habían anunciado los profetas de la Gaceta.

El fausto suceso (esta es la frase obliga­da) no tardó en ser del dominio público en toda la ciudad, a pesar de lo avanzado de la hora. La charanga  militar colocada frente al cuartel dio una serenata hasta altas horas de la noche, serenata que se repitió el día siguiente, mañana y tarde.

El Ayuntamiento probablemente no se enteró de la noticia hasta dos días después, o sea,  hasta el domingo, en cuya mañana hizo engalanar el balcón principal de las Casas Consistoriales y ordenó que la Banda municipal,  a pesar de la lluvia (¡no faltava más!), recorriera las ca­lles de esta ciudad al son de alegres piezas, para que la buena nueva llegara a conocimiento de todos, aún los que viven más apartados de los asuntos y aconteci­mientos políticos. Además, aunque la ale­gría oficial, o mejor dicho, municipal lle­go un poco tardía, pero hay que confesar que fue completa, pues, al regocijo de la mañana hay que agregar el escogido con­cierto que dio la propia Banda municipal frente las Casas Consistoriales, también con acompañamiento de lluvia como por la mañana, y ante una concurrencia inmensa que no bajaría de unas dos do­cenas de personas. No está la Magdalena para tafetanes, y menos en tiempos tan húmedos.

El lunes se cantó un solemne Te-Deum en la Catedral, al que, como es costumbre en casos semejantes, asistió pura­mente el elemento oficial. Fue celebrante el Gobernador eclesiástico, S. P.

Con motivo del nacimiento del nuevo príncipe real, D. Alfonso ha indultado ocho reos de muerte, ha dado un rancho extraordinario a todas las tropas y repar­tido muchas limosnas.

Para una nación, el nacimiento de un niño que puede en un día dado ser rey, es un acontecimiento. La alegría oficial se desborda; pero todos cuantos aman verdaderamente a la nación, en vez de lanzarse a manifestar su alegría oran, ni entristecidos ni alegres, pero si pregun­tándose, ¿será un Felipe II? ¿será un Car­los II?

Claro es que con el régimen constitu­cional los reyes quedan reducidos a la más mínima expresión, pero así y todo ¡va tan inmensa diferencia de un Felipe II a un Fernando VII!

Antiguamente la personalidad del Rey determinaba la importancia de las nacio­nes, y la Roma decadente se sostenía do­minando, por las dotes del gran Teodosio; a un Enrique IV sucedía una Isabel admi­rable; y la España de los Austrias, en cambio, se mudaba en la España de los Borbones.

Por eso para quien de veras ama a Es­paña el nacimiento de un príncipe que parece llamado a ser Rey, es motivo de oración, más que de irreflexiva alegría.

No se trata del hecho en cuanto signi­fica una bendición para la familia, porque a esa alegría particular nos asociamos todos; se trata del interés que la nación tiene en que el recién nacido sea un ex­celente Príncipe digno de ser educado por un Fenelón o por un Saavedra Fa­jardo.



El Norte Catalán, 18 de mayo

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